Traducido por El Centro
Luis Garay cuenta que no fue sino hasta mediados de sus veintes que realmente comprendió la profundidad de dos de sus identidades.
Garay se reconoce como una persona queer y latinx. Actualmente es estudiante de doctorado en la Universidad de Carolina del Norte en Greensboro, donde cursa un doctorado en Estudios Educativos. Uno de sus principales intereses de investigación es analizar las experiencias educativas de estudiantes queer latinx en el sur de Estados Unidos, en especial en Carolina del Norte.
“A veces la mejor investigación es la que nace de uno mismo”, dijo Garay, quien además dirige el Centro de Género y LGBTQIA en la Universidad de Elon. “En mi caso, mi investigación parte de lo que yo mismo he vivido”.
De acuerdo con un informe de la Universidad de California en Los Ángeles, un 36% de la población LGBTQ+ en Estados Unidos —más de 5 millones de personas— vive en el sur, lo que lo convierte en la región con más habitantes de esta comunidad en el país.
A la par de este crecimiento, la población hispana y latinx en Carolina del Norte ha aumentado de manera significativa desde la década de los noventa, según datos del demógrafo estatal Michael Cline.
Para Meleena Gil, profesora de inglés en la Universidad de Elon que también se identifica como queer y latinx no binarie, vivir en Carolina del Norte ha permitido que personas con estas identidades encuentren formas de crear comunidad y cuidarse mutuamente. Gil también ha observado que incluso personas fuera de esas identidades buscan maneras de apoyar.
“Estar en Carolina del Norte —estamos en el sur— tiene algo muy valioso: la manera en que la gente ha tomado la iniciativa de educarse y educar a otros sobre lo que significa realmente ser un buen aliado”, dijo Gil. “¿Cómo nos cuidamos entre nosotros? ¿Cómo nos protegemos? ¿Cómo evitamos la violencia policial? ¿Cómo escondemos a personas o actividades para mantenerlas seguras? ¿Cómo hacemos que otros lleguen a ciertas conclusiones sin tener que decírselas directamente?”
Gil explicó que también ha podido formar comunidad con estudiantes que comparten identidades similares.
“No sé si se deba a que soy queer y latinx y por eso estudiantes queer latinx se acercan a mí, pero sí noto una sensación compartida de ‘no encajo, pero encontraré mi lugar’, algo que de alguna forma nos une”, dijo Gil.
A medida que Garay avanzó en la universidad y más tarde cursó una maestría en Administración de Personal Universitario en la Universidad de Missouri Central, comenzó a notar cómo sus identidades queer y latine se entrelazaban.
“Hay una conexión con una historia y un linaje mucho más grande que yo”, dijo Gil. “No soy la primera persona queer latinx en existir. Hubo muchas antes y habrá muchas después de mí”.
Garay reconoce que no es ni la primera ni la última, pero entiende que ambas identidades tienen historias y culturas que van más allá de lo físico.
“Cuando hablamos de identidades latinx, no hablamos solo de raza o etnicidad”, dijo Garay. “Hablamos de idioma, de geografía, para algunos de inmigración y migración. Es una experiencia muy particular y única de un grupo específico de personas”.
También subrayó que la comunidad LGBTQ+ posee una cultura y un legado propio.
“Para mí, la cultura no es solo historia. También son las personas que han vivido esas identidades y han aportado a lo que significan o a lo que podrían significar”, dijo Garay.
Gil compartió una anécdota con un niño que le hizo reflexionar sobre cómo las percepciones de género se transmiten de generación en generación. Contó que hablaban con él sobre sus dos perros: un chihuahua macho llamado McFly y una pitbull hembra llamada Dorothea. El niño no podía comprender que el perro pequeño fuera macho y la grande, hembra.
“Fue triste darme cuenta de cómo las expectativas de género que él traía a esa conversación eran un reflejo de lo que sus padres le habían enseñado: que las mujeres deben ser pequeñas, calladas, frágiles, no intimidantes. Y que los hombres deben ser grandes, fuertes, rudos, menos tímidos”, dijo Gil.
Un hecho clave tanto para Garay como para Gil fue el tiroteo en la discoteca Pulse en 2016. Aquel ataque, ocurrido durante la Noche Latina en Orlando, Florida, dejó 49 personas muertas y muchas más heridas.
El atentado también impactó profundamente a Gil, quien creció en Orlando y solía limpiar la casa del dueño de Pulse.
“Me siento muy conectado con esa comunidad”, dijo Gil. “Fue un momento transformador, porque viví una pérdida enorme y un miedo real sobre lo que significa ser queer y latinx, punto”.
Aunque en Orlando surgió una gran ola de solidaridad, Gil señaló que la seguridad nunca ha estado garantizada, sobre todo en comunidades marginadas.
“Dime un momento en la historia en que haya sido seguro ser latinx o queer”, dijo Gil. “No lo ha habido. Hubo una década un poco menos peligrosa, pero incluso entonces no era ideal: había deportaciones masivas, gente en centros de detención, crímenes de odio. Nunca ha existido en Estados Unidos una época en que ser minoría racial o queer fuera realmente seguro”.
En agosto, la Corte Suprema de Estados Unidos recibió una petición formal para revocar el fallo Obergefell v. Hodges, el caso histórico que reconoció el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. En 2022, tras la anulación de Roe v. Wade, el juez Clarence Thomas sugirió en su opinión concurrente que el tribunal debería “reconsiderar” decisiones pasadas que garantizan derechos a las parejas del mismo sexo.
En 2023, el Buró Federal de Investigaciones documentó un aumento de crímenes de odio en el país, con un crecimiento notable en agresiones contra personas latine.
En sus investigaciones, Gil ha encontrado múltiples puntos de cruce entre identidades LGBTQ+ y latinx.
“Lo complicado es qué categorías usamos para unirnos”, dijo Gil. “Siempre parece un espacio intermedio, lo cual ya de por sí es queer, porque nunca encajas del todo en una sola etiqueta”.
Esa ambigüedad también aparece en el Censo de Estados Unidos, que clasifica como hispano o latino a toda persona de origen cubano, mexicano, puertorriqueño, centro o sudamericano, o de otra cultura de habla española, sin importar la raza.
“Estos términos nacieron de la pregunta: ‘¿Qué hacemos con este grupo de personas que de pronto anexamos a Estados Unidos?’”, dijo Gil. “¿Cómo los categorizamos? Porque no son blancos, pero tampoco negros”.
A pesar de las historias compartidas, las culturas y los rasgos que agrupan a estas identidades, Gil destacó que también existen divisiones dentro de ellas, como entre queer Latinos for Trump.
Gil concluyó que, aunque las identidades LGBTQ+ y latinx tienen diferencias internas, siguen estando unidas por etiquetas más amplias.
“No siempre encajamos entre nosotros, pero sí nos encontramos en los márgenes. Y creo que muchas personas conectan con la rareza en ese sentido más abstracto”, dijo Gil. “Porque ser queer como identidad también significa eso: no encajar del todo”.

