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Una de las cosas que más me gusta hacer es preguntarle a la gente de dónde piensan que soy. Empieza como un juego, pero en el fondo, quiero que la gente me pregunte sobre mi cultura y cuestione sus estereotipos en vez de mi identidad basándose en el color de mi piel. 

Lo más común es que la gente piense que soy de los Estados Unidos. La última respuesta que me dieron fue que me llamo Katie y soy de Connecticut.

A pesar de ser ocasionalmente divertido, este juego se pone viejo rápidamente -- crea un sentimiento de resentimiento en mí. 

Apenas digo que soy peruana, la gente se ríe y la siguiente conversación es la misma. 

“No, no hay forma de que seas peruana. Eso es imposible.” 

“¿Por qué?” les pregunto. 

“Ay, no sé, no pareces peruana. Eres rubia y blanca y tienes los ojos medios claros.” 

“Ajá, ¿y qué? ‘ser peruana’ ¿qué significa?” 

No hay muchos que se atreven a decirlo, pero los que sí, me dicen que soy muy blanca y demasiado rubia para ser peruana y me preguntan que por qué no soy más morena. Los que no lo dicen, suelen tener una mirada de confusión que aparece en sus caras.  

Senior Carolina Ferreyros.

A veces siento que les tengo que hablar en español para que me crean, pero ¿por qué tendría que validar mi identidad frente a esos que no entienden la diversidad y la riqueza de las culturas latinas e hispanas? ¿Por qué tengo que validar mi identidad frente a esos que están muy cegados por los estereotipos que creen que son verdad?

Esta es la realidad que he vivido toda mi vida. Creciendo en Perú, la gente siempre me tomaba como turista, pasó tanto que no me sentía suficiente peruana. Pero ese sentimiento es universal. No me siento suficiente peruana ni en los Estados Unidos ni en cualquier otra parte del mundo. 

Siempre hay alguien que no me cree y cuestiona mi identidad. Y ni les cuento de las veces que me hablaban del ceviche peruano y les decía que no me gustaba. Ahí sí no había forma de ser peruana. 

Hace unos años, de hecho, durante Thanksgiving de mi primer semestre en la universidad, cuando realmente había comenzado a cuestionar mi identidad y me sentía insegura sobre todo, decidí tomar una prueba de ADN con mi prima. 

Nunca he confesado esto hasta ahora, pero tenía que confirmar que sí tengo sangre peruana, y que no vengo solo de Europa. Tenía que tener las pruebas científicas que sí soy peruana, porque así me identifico. 

Originalmente me salió 4.6% indígena, pero cuando actualizaron los resultados y me salió 4.6% de indígena peruana, lo celebré como si fuera el triunfo más grande de mi vida. 

Soy hija de dos culturas, dos diferentes grupos de tradiciones. La hija de un papá peruano y una mamá estadounidense. Fui formada por las canciones de Carole King y John Denver que mi mamá tocaba en la guitarra, al igual que fui formada por las canciones del Zambo Cavero y de Los Morochucos que escuchábamos todos los domingos en los almuerzos familiares en casa de mi abuela.

Me formaron las comidas del Thanksgiving veraniego en la playa, tanto, así como las búsquedas de huevos de chocolate derretidos bajo el sol de la playa durante Pascua. Pero más que nada fui formada por el Perú. Yo soy peruana y nadie me lo puede quitar, sin importar cuan fuerte me lo cuestionen. 

Pero he crecido. Ya no me importa cuánto cuestionan mi identidad, ya no me importa que la gente no me crea y en vez solamente crean sus estereotipos. Mi sentido de identidad es fuerte y el español lo hablo hasta más fuerte. ¿No me crees? Bueno, supéralo.